50 ANIVERSARIO 1969-2019

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Cincuenta aniversario del IES Castilla

por Miguel Ángel Izquierdo y Milagros del Campo

1969. La nave espacial Apolo XI queda posada sobre la superficie polvorienta de la Luna. Al mismo tiempo el Instituto Castilla queda también posado sobre la superficie polvorienta de un cerro del extrarradio soriano. Los primeros pasos de Neil Armstrong sobre la superficie lunar fueron descritos por el protagonista como “Un pequeño paso para el hombre, un gran paso para la humanidad”. No seremos tan osados como para parafrasear a Armstrong pero sí para afirmar que el nacimiento del IES Castilla supuso un pequeño gran paso para la educación en nuestra ciudad.

Ya en los últimos años del franquismo, la ciudad mostraba por todas partes los símbolos de la dictadura: el Monumento a los Caídos seguía presidiendo el Alto de la Dehesa y el Monumento al general Yagüe, la actual Plaza de Mariano Granados. Muy cerca del nuevo Instituto Nacional de Enseñanza Media Femenino (hoy Castilla, a propuesta del querido profesor Javier Monente), la Plaza de José Antonio (actualmente, Odón Alonso) recordaba al fundador de la Falange Española. Los símbolos hacían palpable una ideología, bautizada por los historiadores como nacionalcatolicismo, que, entre otras cosas, propugnaba la separación de los sexos en la educación. Y aquí es donde la creación del instituto Castilla vino a “solucionar” una anomalía que molestaba al régimen: en nuestra ciudad existía un único instituto, el actual Machado, en el que se mezclaban, de forma entonces considerada indecorosa, chicos y chicas. Así que el nuevo centro se dedicó exclusivamente a alumnas. Consecuentemente, en el curso 1969-70 fueron “transplantadas” a nuestro instituto todas las alumnas del Machado, que tenían que cursar algunas asignaturas consideradas femeninas, como Hogar (que incluía cocina y labores). A pesar de que la transición democrática se empezó a producir inmediatamente después de la muerte del dictador en 1975, tuvo que pasar casi una década para que en 1984 se convirtiera, hasta hoy, en instituto mixto.

La ciudad de Soria era en 1969 no solo una ciudad rodeada por la grisura de la dictadura sino también por los últimos coletazos de la pobreza de la posguerra que tan bien se muestra en un detalle costumbrista recogido por el trisemanario Soria Hogar y Pueblo:

(…) el pasado lunes vimos llegar a los colegios de la ciudad turismos y colchones, uniformes y padres para iniciar el nuevo curso 1969-70.

Esa imagen de los colchones de lana que traíamos desde nuestra casa en el pueblo hasta los internados en las bacas de humildes Seat 600 u 850 o en los populares Renault 5 son difíciles de olvidar para los que las hemos vivido y es imposible evitar el “link” mental con los actuales emigrantes norteafricanos. Soria apenas había desbordado los límites de sus antiguas murallas salvo algunas zonas de las carreteras, especialmente la de Valladolid (con la avenida del mismo nombre) o de Madrid (el inicio de Mariano Vicén). Pero seguía siendo una ciudad muy pequeña en la que todavía apenas existía el barrio del Calaverón, ni el de Santa Bárbara ni por supuesto la calle Almazán ni el barrio de los Pajaritos y tampoco nuestros vecinos “Pisos Verdes”. Por eso el Castilla se asentaba en un cerro pelado abierto a los cuatro vientos, desde el que se divisaban, además de la Sierra de Santa Ana, todas las cumbres del Sistema Ibérico, desde Urbión hasta el Moncayo. (Hoy el urbanismo inmisericorde nos ha encerrado y apenas podemos ver un retazo de sierras desde alguna ventana del último piso). Los alrededores estaban sin asfaltar y cuando llovía, todo se convertía en un barrizal en el que las alumnas tenían que maniobrar cargadas con sus carteras (las mochilas existían, pero para ir a la montaña) por la mañana y por la tarde (¡Sí, entonces había clases por la tarde todos los días de 3,30 a 6,30!).

No puedo cerrar este primer escrito de conmemoración sin mencionar el otro elemento básico para el funcionamiento del instituto: los profesores. En una conversación mantenida hace diez años (40 aniversario) con algunos de los profesores pioneros (Carmen de la Mata, Javier Monente, Carmen Pérez Aznar y Raquel del Álamo; no pudo acudir Doña Amelia) recordábamos que el primer director, don Félix Herrero (cobraba 10.500 pesetas al mes, unos 60€), recibió el encargo de “reclutar” profesores, que tuvo que “cazar casi a lazo” porque nadie quería venirse al extrarradio. Hoy son varios los profesores y, sobre todo, profesoras, que formaron parte del alumnado. Así que voy a cederle la palabra a la más veterana, Milagros del Campo, profesora del Departamento de Latín y Griego, que fue alumna casi desde la fundación.

Dos son los motivos que me llevan a escribir en este anuario con motivo de la celebración de los 50 años de la creación de nuestro instituto. El primero es que pertenezco a la segunda promoción del entonces llamado Instituto Nacional de Enseñanza Media Femenino. El otro motivo, por ser la profesora que más años lleva en el centro si consideramos el periodo de alumna y el de docente. Hace 25 años, en el aniversario del primer cuarto de siglo del IES Castilla, en el discurso que me tocó dar, decía: “He sido durante 7 años alumna de este centro, y este es mi quinto año como profesora en él. Creo que 12 años es una buena parte de vida dedicada al centro”, Así que si sumamos los 25 años que han pasado desde entonces, resulta que los ¡37! años vividos dentro de las paredes del instituto son bastante más de media vida.

Desde aquel octubre de 1970 (las clases daban comienzo después de las fiestas de San Saturio) muchas son las cosas que han cambiado, aunque otras, no tanto. La primera gran diferencia es la fisonomía del instituto y su entorno. Cuando se construyó, estaba situado en los extrarradios, muy alejado del centro, prácticamente sin asfaltar y entre auténticos barrizales. Hoy la zona está completamente urbanizada y muy nueva. El edificio ha ido renovándose y ampliándose poco a poco. Han desaparecido la cocina (actual aula de Plástica), donde Araceli, la conserje, servía el café a los profesores, y la Capilla (al fondo del salón de Actos) mientras han surgido aulas de informática y tecnología, zona del gimnasio y de los ciclos formativos; nuevos espacios destinados a aulas, departamentos, laboratorios. Nada tienen que ver las paredes blancas, los baldosines naranjas y el terrazo del suelo con los colores azules actuales de puertas y azulejos. No había vallas a la entrada del instituto y, como anécdota, diré que los abetos que se encuentran a la entrada fueron plantados por nosotras. Además, dentro del propio edificio estaba la casa de la conserje, que era la señora Teodora y vivía en el instituto con su marido y sus dos hijos. Hoy todas las aulas están perfectamente equipadas con material tecnológico. Tenemos muchos más medios, pero lo que no ha cambiado es el trabajo y la dedicación del profesorado, y el griterío y la vitalidad contagiosa de los alumnos sigue siendo la misma. Sí ha cambiado, y mucho, la relación entre profesores y alumnos; existía un gran respeto hacia el profesor (en algunos casos yo diría que era miedo), que las tarimas sobre las que se elevaba su mesa se encargaban de realzar, así como el humo de los cigarros que los profesores se fumaban tranquilamente mientras daban clase.

Como profesora y también como alumna vuelvo a suscribir mis propias palabras de hace 25 años: el agradecimiento a tantos profesores que han dejado huella imborrable en nosotros y la satisfacción de colaborar en un instituto, ya veterano que ha tratado de inculcar valores y abrir puertas profesionales a miles de alumnos que, a veces, cuando nos los encontramos años después, nos levantan el ánimo con su saludo y hasta su reconocimiento.

 
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